CROMAÑON: UNA DEMANDA INJUSTA Y EL INICIO DEL METODO DE LA PRESION EN PATOTA
La tragedia de Cromañon fue un infortunio, un accidente o como quiera llamarse a las calamidades no naturales; y nadie tiene derecho a subirse a caballo de semejantes desgracias, ni siquiera en búsqueda de una quimérica tranquilidad espiritual. Llama a reacción el proceder violento y persecutorio de los familiares de las víctimas, animado de actitudes patoteras y desafiantes con las que pretenden hacer valer sus reclamos, incluso en el ámbito judicial. Como los que se ocupan de cortar ilegalmente el puente San Martín, por el tema de las pasteras, parecen haber encontrado en esa actividad “cuasi” profesionalizada, la vacuidad y falta de protagonismo de lo vivido con anterioridad. En cuanto a la presión sobre la justicia, recientemente se admitió la presencia numerosa de policías en actividad cuando se juzgaba a cinco compañeros acusados de graves delitos. Ni que hablar de los vandálicos cortes de ruta del campo en defensa pura y simple de su interés.
Nadie puede abordar este tipo de temas desde la pretensión de sustituir en su dolor a las víctimas. Casi todos los sentimientos humanos son personales e intransferibles; pero algunas profundidades de descenso en las cavernas del sufrimiento imponen el silencio ominoso a los no directamente afectados: pero sólo a este respecto.
En tanto miembros de la comunidad, damos nuestro parecer en cuanto a las imputaciones, manifestaciones, amenazas y pugilatos, o sus intentos,- con apariencia de no ser otra cosa que baladronadas cumplidas al amparo de la actuación grupal, o la potenciación de pasiones generada en esas circunstancias y muy especialmente el encuadre de las causas y efectos, analizadas desde el ángulo de la verdad sustantiva, sea ella o no el encuadre que merezcan en la juridicidad, tarea de los jueces.
Dicho esto corresponde puntualizar que por el solo hecho de vivir se asumen riesgos, y de los resultados fatídicos que puedan derivarse de ellos no siempre tiene que haber algún responsable; no cabe pues la tan socorrida y ajada por su exceso de uso de “… y ahora ¿quién se hace cargo? Quizás no haya nadie que se tenga que hacer cargo, no todos los avatares vividos en nuestra mísera condición humana son imputables a un tercero. Y no lo grites con tanto énfasis… ¡tal vez parte del cargo te corresponda a vos macho!, por acción o por omisión, o por que estás gritando fuera de tiempo.
Abreviando, uno asume riesgos permanentes pero lo hacemos en mayor grado cuando nos decidimos a viajar en avión, cuando concurrimos voluntariamente a grandes aglomeraciones humanas y, sobremanera, si el aglutinamiento de personas es en un lugar cerrado, no una manifestación en la avenida 9 de Julio, por ejemplo. Aún en los grandes complejos cinematográficos, uno razona que pasaría en caso de incendio… y uno ve un cartelito en el fondo de la sala que reza “Salida de Emergencia”, y piensa…Llega a pasar algo y morimos todos aplastados en las paredes del fondo; y ello sin contar que todos los expertos coinciden en afirmar que la tendencia natural de quien está en estado de temor o pánico es salir del lugar por la misma puerta de su ingreso, justamente la que se supone inhabilitada por la amenaza de la cual se huye.
Por ese motivo es que han ocurrido terribles siniestros en los estadios de fútbol, en las discotecas, en los teatros… y en la aviación, y en muy pocos casos pudo imputarse responsabilidad humana “razonablemente previsible”: y aquí se pretende actitud dolosa, es decir, intencionalidad en producir el daño. No coincidimos con esta postura.
Gravitará en nuestro juicio el carácter persecutorio y prepotente, casi patoteril, con que han procedido los familiares de las víctimas.
Parece mas bien que la lucha en que se hallan empeñados otorgó a sus vidas un sentido de movilización y protagonismo que antes no tenían, o mejor expresado, los sacó de una vacuidad precedente; no es descartable que alguno encuentre por ese conducto el modo de expiar un recóndito sentimiento de culpa alojado en el subconsciente.
Pero nadie, para ningún fin, puede subirse a caballo de los infortunios.
Nadie puede abordar este tipo de temas desde la pretensión de sustituir en su dolor a las víctimas. Casi todos los sentimientos humanos son personales e intransferibles; pero algunas profundidades de descenso en las cavernas del sufrimiento imponen el silencio ominoso a los no directamente afectados: pero sólo a este respecto.
En tanto miembros de la comunidad, damos nuestro parecer en cuanto a las imputaciones, manifestaciones, amenazas y pugilatos, o sus intentos,- con apariencia de no ser otra cosa que baladronadas cumplidas al amparo de la actuación grupal, o la potenciación de pasiones generada en esas circunstancias y muy especialmente el encuadre de las causas y efectos, analizadas desde el ángulo de la verdad sustantiva, sea ella o no el encuadre que merezcan en la juridicidad, tarea de los jueces.
Dicho esto corresponde puntualizar que por el solo hecho de vivir se asumen riesgos, y de los resultados fatídicos que puedan derivarse de ellos no siempre tiene que haber algún responsable; no cabe pues la tan socorrida y ajada por su exceso de uso de “… y ahora ¿quién se hace cargo? Quizás no haya nadie que se tenga que hacer cargo, no todos los avatares vividos en nuestra mísera condición humana son imputables a un tercero. Y no lo grites con tanto énfasis… ¡tal vez parte del cargo te corresponda a vos macho!, por acción o por omisión, o por que estás gritando fuera de tiempo.
Abreviando, uno asume riesgos permanentes pero lo hacemos en mayor grado cuando nos decidimos a viajar en avión, cuando concurrimos voluntariamente a grandes aglomeraciones humanas y, sobremanera, si el aglutinamiento de personas es en un lugar cerrado, no una manifestación en la avenida 9 de Julio, por ejemplo. Aún en los grandes complejos cinematográficos, uno razona que pasaría en caso de incendio… y uno ve un cartelito en el fondo de la sala que reza “Salida de Emergencia”, y piensa…Llega a pasar algo y morimos todos aplastados en las paredes del fondo; y ello sin contar que todos los expertos coinciden en afirmar que la tendencia natural de quien está en estado de temor o pánico es salir del lugar por la misma puerta de su ingreso, justamente la que se supone inhabilitada por la amenaza de la cual se huye.
Por ese motivo es que han ocurrido terribles siniestros en los estadios de fútbol, en las discotecas, en los teatros… y en la aviación, y en muy pocos casos pudo imputarse responsabilidad humana “razonablemente previsible”: y aquí se pretende actitud dolosa, es decir, intencionalidad en producir el daño. No coincidimos con esta postura.
Gravitará en nuestro juicio el carácter persecutorio y prepotente, casi patoteril, con que han procedido los familiares de las víctimas.
Parece mas bien que la lucha en que se hallan empeñados otorgó a sus vidas un sentido de movilización y protagonismo que antes no tenían, o mejor expresado, los sacó de una vacuidad precedente; no es descartable que alguno encuentre por ese conducto el modo de expiar un recóndito sentimiento de culpa alojado en el subconsciente.
Pero nadie, para ningún fin, puede subirse a caballo de los infortunios.
1 comentarios:
La tragedia nace en la cultura argentina. En el “no pasa nada” o en el “lo atamos con alambre”.
Lamentablemente muchos utilizaron la tragedia para limpiar opositores políticos (Macri a Ibarra)
Si bien considero también injusto y patoteril el ataque de los padres. Creo que en el fondo lo que atacan no es a Chaban, ni a Callejeros en sí. Atacan una forma de ser, la suya, la nuestra. Nuestra cultura de alambre.
Diego
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