jueves, 28 de mayo de 2009

"MORENO Y CASTELLI": HISTORIA CON GUSTO A SANGRE

La historia siempre estará cargada de subjetivismos e incluso el presente trabajo no pretende ser un dechado de perfección . Pero en todo caso vierto en él lo que es mi íntima convicción, llevada in pectore por años, o sea desde que el contacto con la historiografía producida por autores de distinta orientación; y por que no, la meditada reflexión a que nos da derecho las vivencias de que se fue protagonista, y la razonable duda de cómo habrán de juzgarse en el futuro sucesos monstruosos de los que nuestro testimonio los tornaría irrefutables. Estamos en la certeza, según sea el gobierno de turno o la corriente ilustrada entonces prevaleciente que esos hechos horrendos pueden llegar a ser beneficiados por el bronce. No nos animamos a endosar, por falta de pruebas y de convicción lo afirmado en el siglo XX por los historiadores revisionistas de derecha – Hugo Wast en “Año Diez”- en el sentido que Moreno era un mediocre, que no había fundado La Gaceta ni la Biblioteca Nacional; pero los consideramos en total acierto en cuanto le endilgan haber sido el iniciador del terrorismo de estado y de ser el impulsor de los fusilamientos de Liniers y Gutiérrez de la Concha. No sólo por que tuvo indudable ingerencia en la redacción del Plan Revolucionario de operaciones, y en él se recomienda seguir la “Conducta mas cruel y sanguinaria”, sino, y casi principalmente, en la introducción del documento se da una delimitación de categorías humanas muy similar a la manifestada por Saint-Jean al expresar la pavorosa frase, construida aproximadamente en estos términos: “PRIMERO MATAREMOS A LOS SUBVERSIVOS, LUEGO LIQUIDAREMOS A LOS SIMPATIZANTES CON LA SUBVERSIÓN, LUEGO VENDRA EL ANIQUILAMIENTO DE LOS TIBIOS Y POR FIN MATAREMOS A LOS INDIFERENES” Después de fusilar de un modo expeditivo y eficiente a Liniers, ante las reservas morales de los ejecutores naturales que se negaron a dar la orden, Juan José Castelli se dirigió al alto Perú, ya que se le había adjudicado la comandancia del Ejercito del Norte; en su ausencia, Balcarce, al mando de las operaciones, había obtenido el primer triunfo para las armas del país naciente, la batalla de Suipacha. Los vencidos, ofrecieron conmutar el perdón de sus vidas por el juramento ofrecido por la oficialidad y la tropa de no volver a tomar las armas en contra de los ejércitos independentistas. Llegado Castelli, dijo algo así como que juramento ni que perdón, y ordenó los fusilamientos. Agregó a esto una conducta soberbia y humillante para los pobladores, que a poco habrían de tener satisfacción en la derrota que el general realista Goyeneche infligió a Castelli en la batalla de Huaqui. Buenos Aires citó a Castelli con el propósito de juzgar su desempeño en un revés tan inesperado. El proceso no llegó a tener sentencia, debido a la muerte prematura de Castelli, consecuencia de un cáncer en la lengua. Hay una verdad subterránea en la vida de estos dos hombres, y que la Historia Oficial se empeña en mantener en el altar de los grandes hacedores de la nacionalidad. Moreno, según su hermano Manuel, ni siquiera era jacobino, es decir un admirador de los hombres más violentos que tiñeron de sangre la Revolución Francesa; la acción sanguinaria y fuerte estaba en su naturaleza. A Castelli lo vemos en un rango inferior; admitiría por su conducta cuando se sintió ganador, tan impropia e inconducente para el éxito de su cometido revolucionario la calificación sería la de un jactancioso; si no era esa su naturaleza, erró muy gruesamente el criterio que debe esperarse de quien está a cargo de una empresa seria y decisiva.

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